domingo, 1 de febrero de 2009

Presentan Marilyn Monroe comunista del autor guerrero-morelense Rocato

Destacan la invención y el estilo; critican saturación de datos

Tomado de La Jornada Guerrero (http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2009/02/01/index.php?section=cultura&article=010n3cul)

MARISOL WENCES MINA

El libro Marilyn Monroe comunista muestra una historia “que se desarrolla en cuatro momentos: la historia del cine, la vida de Marilyn, el movimiento de 1968 y la vida del autor”, Rocato, expresó el cantautor y crítico Isaías Alanís, quien junto con el escritor y coordinador de información de La Jornada Guerrero, Roberto Ramírez Bravo, y el escritor y editor de este medio Paul Medrano, presentaron el texto en la Casona de Juárez el viernes por la noche.
Ramírez describió que en el texto “Roberto Calleja y Torrentera, (Rocato), hace una pequeña gran invención del espacio y el tiempo para ofrecernos una mezcla que no parecía posible a simple vista: contar la historia de la actriz estadunidense, quien falleció en 1962 y ligarla con el movimiento estudiantil de 1968 en México, ocurrido seis años después de esta ausencia, pero a la vez enlazarla con la propia biografía del autor, igualmente posterior a la de la artista y con una perspectiva propia del cine”.
Ramírez Bravo recalcó por su parte, que Rocato muestra en su obra un estilo propio, desparpajado, “con un toque (pero apenas un toque es suficiente), de ironía”.
En tanto, para Isaías Alanís, “Rocato, invulnerable a la pedantería, se desplaza por la historia del cine, por referencias familiares, y los movimientos sociales por experiencias existenciales. Es también un canto a la década de los sesentas: rock, drogas, la Primavera de Praga, el desencanto del comunismo estalinista y las revoluciones latinoamericanas”.
Por su parte, Medrano dijo que esta obra híbrida elaborada a modo de autobiografía “nos ofrece una especie de almanaque político, social, literario y cinematográfico a partir de la década de los 50”. Aunque lamentó que este largo recuento quede a deber en el plano musical.
Medrano primero criticó que los escritores cada vez más son funcionarios de la literatura, “gente que estudió filosofía y letras o alguna tontería por el estilo y que luego combina la docencia con la publicación de una que otra novela. El sueño de todos ellos sería dejar de dar clases para dedicarse por entero a escribir aunque, considerando lo que escriben, deberían hacer lo contrario”.
Sin embargo, destacó que el relato autobiográfico de la peripecias del autor “muestra las armas narrativas de Rocato. En algunos chispazos, esta obra me recuerda a algunos textos de Osvaldo Lamborghini, o incluso, con su merecida proporción, a Finnegans Wake, de James Joyce. Por el uso a veces excesivo del hipérbaton y las repeticiones juguetonas”.

domingo, 18 de enero de 2009

Una literatura guerrerense

Roberto Ramírez Bravo/I
Tomado de La Jornada Guerrero
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2007/12/02/index.php?section=opinion&article=010a1soc

Hace algunos años se viene hablando de una literatura guerrerense, hecha por guerrerenses de nacimiento, de adopción o de invención, y ello ha entrañado una nueva visión del quehacer literario, con perspectivas universales, aunque con un claro anclaje en estas tierras del sur.
Los primeros en apuntarse en esta nueva generación fueron los poetas, y ahí tenemos a las huellas inevitables de Citlali Guerrero, Jesús Bartolo, Carlos F. Ortiz, Noé Blancas, Eduardo Añorve y otros que no enumero para no dejar fuera a nadie; vendrían después, o a la par, los cuentistas, de los que Judith Solís, Angel Carlos Sánchez y Federico Vite han sido destacados exponentes.

Ello sin olvidar a los que abrieron la brecha: José Agustín, Luis Zapata, José Dimayuga, María Luisa Puga, Victoria Enríquez, por citar unos ejemplos.

Pero para hablar de una literatura guerrerense actual es necesario ubicar un momento de ruptura, si puede decirse así, con una generación previa que, a gusto o no de varios, es antecedente obligado: aquellos que resguardaron la tradición literaria costumbrista, los ecos del modernismo al estilo, no siempre alcanzado, de Amado Nervo o Manuel Gutiérrez Nájera.

La literatura aquí se hizo al estilo de Celedonio Serrano, que en la primera mitad del siglo pasado produjo una vasta obra literaria inspirada en la exaltación del nacionalismo, o de Cuquita Massieu, del texto rural costumbrista, o de Manuel S. Leyva Martínez. La irrupción a finales de los sesenta del poeta Agripino González Alvear, de Arcelia, y del acapulqueño José Agustín en el contexto nacional marcan a la literatura, pero en Guerrero es poco el efecto visible.

Es hasta finales de los noventa cuando empieza a surgir una nueva generación que ubica sus raíces en el territorio y emerge de las aulas universitarias, primero de la UAG y después de las universidades privadas. Sus integrantes publican en Guerrero, pero su reconocimiento mutuo todavía está en proceso.

Una literatura guerrerense

Roberto Ramírez Bravo /II
Tomado de La Jornada Guerrero
http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2007/12/01/index.php?section=opinion&article=011a1soc

En los últimos cinco años la producción literaria en Guerrero se ha incrementado, aún de modo titubeante. Han ayudado las becas del Foeca, las universidades, y la salida de varios jóvenes de Guerrero en busca de oportunidades.

En 2002 se publicaron El espejo de una mujer rota, cuentos de Muriel Salinas, y Duros pensamientos zarpan al anochecer en barcos de hierro, poesía de Jeremías Marquines; y en 2003, Sueños prosaicos, de Carlos F. Ortiz, y Los pantanos son algo verde como el deseo, de Citlalli Guerrero; en 2005, Todas las horas alumbran, de Citlalli Guerrero; La zoología poética de Jorge Luis Borges, de Judith Solís; y Hace tanto tiempo que salimos de casa, de Roberto Ramírez Bravo.
Este año se publicaron también Mar adentro, de Ramón Sierra; Con las alas al viento, de América del Río, y Sólo los alcatraces son felices, de Oscar Ricardo Muñoz Cano, así como la colección de cuentos Acapulco en su tinta, de José Antonio Salinas, José Antonio García Bravo, Iris García Cuevas e Isabel Valdeolívar; y La última pasión de Antonio Garbo, de José Dimayuga.
En 2006 se publicaron No es el viento que disfrazado viene, de Jesús Bartolo; Azul como su nombre, de Antonio Salinas, y en 2007 La historia de siempre, de Luis Zapata; Fisuras en el continente literario, de Federico Vite; Agua desbocada, antología de escritos atoyaquenses, una compilación de relatos hechos por Víctor Cardona.

Sin ser exhaustiva, esta lista muestra una producción mínima pero constante de los autores guerrerenses con esfuerzos aislados y desarticulados. La falta de una estrategia de publicación de los libros, y de una promoción cultural a cargo de las instancias encargadas de ello, son un freno para el desarrollo literario en la entidad, pues los esfuerzos así son aislados e individuales.

Ello podría explicar que en su reciente visita a Acapulco, el director de la Escuela de Escritores de la Sogem, Teodoro Villegas, haya dicho que en Guerrero no hay literatura “más que como canción. Como canción popular es maravillosa, es gran poesía popular. ¿Pero dónde están los cuentos, dónde están las novelas, la poesía?”. Pese a todo, ahí están.
Primer Encuentro de Escritores del Pacífico con participación de la SECUM
Por parte de los michoacanos Leonarda Rivera y Marco Antonio Regalado fueron los invitados a las mesas de lectura.

Tomado de la página de la Secretaría de Cultura del gobierno de Michoacán
http://www.michoacan.gob.mx/secult/index.php?option=com_content&task=view&id=307&Itemid=171

Morelia, Mich. La Secretaría de Cultura de Michoacán participa en el Primer encuentro de Escritores del Pacífico, con sede en Acapulco Guerrero, el cual se lleva a cabo con la participación de 35 autores de 11 estados del país, que busca constituirse en un foro de intercambio de ideas, formas y alternativas de creación literaria.

El encuentro es una alternativa para que los creadores que no han sido suficientemente difundidos tengan la oportunidad de que se conozca su obra. Lectura de obras, conferencias, presentaciones de libros y revistas, como Alforja y Blanco Móvil, así como talleres literarios, conforman la oferta cultural de esta reunión que concluirá el 26 de julio en la Casona de Juárez, de este puerto.Durante los cuatro días de trabajos se contará con la participación de 35 autores que aprovecharán el cónclave para dar a conocer su obra. Además de Sealtiel Alatriste, Grissel Gómez Estrada, Luis Tovar, Eduardo Mosches, Alí Calderón, Álvaro Solís y Ervey Castillo, quienes, en calidad de invitados especiales, ofrecerán 10 mesas de lectura de poesía.

Según la mecánica del encuentro, participan dos escritores por estado: un poeta y un narrador; además, vienen representantes de revistas especializadas en literatura que darán cuenta de lo que produce en el país en el ámbito literario.Se trata, señalaron los organizadores, de brindar identidad literaria y regional al Pacífico mexicano, fomentar el intercambio efectivo entre los escritores nacidos o radicados en los estados ubicados en la franja del Pacífico y descentralizar el análisis de la literatura y la producción de lo que se llama literatura de provincia. Así, el punto de unión entre los participantes, además del contexto literario, serán las tradiciones, historias, gastronomía e incluso los grupos indígenas que comparten las entidades representadas.

Sólo tres de los 35 autores que participarán en el primer Encuentro de Escritores del Pacífico, a realizarse del 23 al 26 de julio en Acapulco, Guerrero, tienen reconocimiento; los restantes son narradores y poetas que no han entrado en el circuito de las letras nacionales. No son jóvenes escritores menores de 35 años; tampoco son iniciados en la literatura y casi todos tienen obra publicada; sin embargo, carecen de “nombre” y sólo son conocidos en sus estados. Junto a Elmer Mendoza, Ernesto Lumbreras y Jorge Souza, hay 32 autores poco conocidos aunque con obra que los sustenta; es el caso de Rafa Saavedra, Tay Blake o Claudia Isabel Gámez. Citlali Guerrero, coordinadora del encuentro, dijo que el objetivo es ofrecer una alternativa de difusión y promoción a esos escritores nacidos o radicados en los 11 estados del Pacífico mexicano. “Desafortunadamente priva el centralismo.

Este encuentro es una alternativa para que los creadores que no han sido suficientemente difundidos tengan la oportunidad de que se conozca su obra; también buscamos el intercambio”. Esa es la propuesta del encuentro organizado por el municipio de Acapulco de Juárez.Guerrero asegura que a lo mejor hay avances en democracia, pero en cultura sigue habiendo un centralismo al que es difícil acceder. “Letras Libres no se atreve a difundir la obra de un escritor que vive en Guerrero y que no es conocido”.

Los autores invitados son: Rafa Saavedra y Paty Blake de Baja California; Claudia Isabel Gámez Romero y Juan Pablo Rochín de Baja California Sur; Ricardo Solís, de Sonora; Elmer Mendoza y Jesús Ramón Ibarra, de Sinaloa; Rodolfo Alonso Dagnino, de Nayarit, y Jorge Souza y Ernesto Lumbreras, de Jalisco.Esaú Hernández y Carlos Ramírez Vuelvas, de Colima; Leonarda Rivera y Marco Antonio Regalado, de Michoacán; Juan Carlos Cruz Rosas y Luis Manuel Amado, de Oaxaca; Balam Rodrigo y Oscar Wong, de Chiapas.

Además de Andrés Acosta, Jeremías Marquines, Ángel Carlos Sánchez, Carlos F. Ortiz, Edgar Pérez, Eric Escobedo, Federico Vite, Iris García, Jesús Bartola Bello, José Mario Martín Flores, Judith Solís, Ulbert Sánchez Ascencio, José Dimayuga, Julio Zenón Flores Salgado, Paul Medrano, Oscar Basave y Roberto Ramírez Bravo, del estado anfitrión.

Cuentos de realidad y ficción que entreveran tiempo y espacio en Hace tanto tiempo que salimos de casa

Héctor Manuel Rodríguez
Tomado de El Sur
http://www.suracapulco.com.mx/anterior/2005/septiembre/22/cultura1.htm


Once cuentos cortos e historias salpicadas de realidad, son las que el escritor y periodista Roberto Ramírez Bravo reúne en su libro Hace tanto tiempo que salimos de casa, que presentará la tarde del sábado en el foro cultural de la librería Partenón.

Entrevistado durante su visita a la Redacción de El Sur, el escritor señaló que esta publicación es el resultado del apoyo que recibió del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes (Foeca), que otorga el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes (Conaculta) y el Instituto Guerrerense de Cultura (IGC).

“Algunos de estos cuentos los hice de forma expresa para el libro, mientras que otros los había venido haciendo al paso de los años, entonces lo que hice fue reunirlos”, comentó Ramírez Bravo.
Mencionó que las temáticas de los cuentos son variadas y hay algunos que de cierta forma tocan parte de la realidad que se vive en Guerrero, como el titulado Soldado, “en donde se explora los últimos minutos de vida de un soldado que participó en la guerra sucia, y percibe esa experiencia como un hecho horroroso”, comentó.

De igual forma otra historia que juega con la realidad es Sólo cantaba el mar, en el que se narra la historia de los trastornos que vive un periodista luego de haber sido brutalmente golpeado.
Sin embargo, Ramírez Bravo señaló que la mayoría de los demás cuentos son historias creadas que en ocasiones tienen poco que ver con la realidad, como Sueño de azahar, en los que se juega con el tiempo y el espacio.

Sobre la presentación de este sábado por la tarde, Ramírez Bravo dijo que contará con la participación del dramaturgo José Dimayuga, como invitado para hacer comentarios acerca del libro.

Con la publicación del libro de cuentos Hace tanto tiempo que salimos de casa, son ya tres los títulos de su autoría: El viaje, editado en 1987 por la Universidad Autónoma Metropolitana, y Sólo es real la niebla, que reúne 14 cuentos cortos y publicado de manera independiente en 1997.

Enésimo censo de escritores guerrerenses

Por Paul Medrano
Tomado de La Insignia
http://www.lainsignia.org/2007/diciembre/cul_008.htm


Hablar sobre literatura "nueva" es como perseguir cangrejos por la playa: cuando vas a agarrar uno, desaparece con la ola y quedan docenas de crustáceos diferentes por atrapar. Sucede igual con los escritores; más tarda en prepararse una compilación de nuevos autores, que en surgir otra camada de jóvenes con aspiraciones.

Aún es más complicado si se trata de hablar sobre literatura guerrerense, porque a diferencia de otros Estados de México, no tiene ni un escritor de tradición nacional (aunque algunos invocan la figura politizada de Ignacio Manuel Altamirano y a un alucinado y desarraigado José Agustín). Esta circunstancia lleva a los nuevos creadores a adoptar estilos, corrientes y temas generalmente ajenos a su entorno regional.

En su ensayo Las edades de la poesía, el poeta tabasqueño Jeremías Marquines afirma: "La literatura que hasta hace algunos años dominaba en Guerrero es costumbrista y anárquica. Construida la mayoría de las veces con base a una vaga idea de lo que se cree debe ser la literatura; sus modelos fueron los moldes modernistas de la primera mitad del siglo XX y rezagos del romanticismo". Entre tanto tanto, Iván Ángel Chávez, en sus Apuntes sobre la literatura de Guerrero, asegura que ésta "tiene su origen en una inusual y prolongada ruralidad arcaica a causa del cerco tendido por el atraso, pues mientras nuestros escritores locales buscaban refugio en las antiguas fórmulas de la lírica y la narrativa, en el país y el mundo desde los años 20 y 30 ya se escribía de otro modo". Chávez considera que este confinamiento hizo que la literatura estatal quedara al margen de cualquier desarrollo nacional y concibiera una impresionante inmovilidad literaria que abarca un siglo.

Ahora bien, tendría que aclararse si será literato guerrerense quien haya tenido su primer resuello en estas tierras o quien se haya formado en tan peliaguda región del país. Porque si a eso vamos, Julián Herbert podría ser el escritor novel con más futuro. Su libro Cocaína (manual de usuario), ganador del premio nacional de cuento Juan José Arreola, le ha volado los sesos a miles de lectores mexicanos y, literalmente picando piedra, se ha abierto paso en tierras europeas. Nacido en Acapulco en 1971, Herbert es un narrador potente que lo mismo escribe novela (Un mundo infiel) como poesía (En nombre de esta casa), y que ha sido reconocido con premios como el Gilberto Owen. El pero es que Herbert sólo nació en el bellopuerto, aunque toda su vida la ha hecho en Saltillo (Coahuila).

Caso contrario es Federico Vite. Nacido en Tlaxcala, creció en Acapulco donde formó su carrera literaria metido en redacciones de periódicos y revistas locales. Desde el puerto ganó varios concursos de talla nacional y finalmente la Fundación para las Letras Mexicanas lo becó para escribir una novela, Fisuras en el continente literario, la cual es inconseguible a pesar de que fue editada por el Fondo Editorial Tierra Adentro. Versiones extraoficiales afirman que toda la edición fue comprada por una vaca sagrada de la vida cultural en el país, quien se ofendió de que Vite mostrara en su novela a un Octavio Paz como víctima de un secuestro.

No obstante, hay voces literarias que han promovido su obra en círculos más underground, pero no por ello con menos calidad. El atoyaquense Jesús Bartolo. El poeta errante Ángel Carlos Sánchez. El cuajinicuilapeño Eduardo Añorve Zapata. El calentano Noé Blancas. Los acapulqueños Citlali Guerrero y Roberto Ramírez Bravo, así como los chilpancingueños más chilangos: Carlos F. Ortiz y Erik Escobedo.

Aunque Rainer María Rilke afirmaba que la madurez literaria llega después de los 35 años, en tierras guerrerenses hay escribanos menores de 28 años que empiezan a tener cierto prestigio en el espinoso camino de las letras. Se puede mencionar al chilpancingueño Ulber Sánchez, al acapulqueño Antonio Salinas, al teloloapanense Salvador Calva y al escritor queer Gabriel Brito. Quizás por eso, Marquines considera que "a pesar de todo, veo una nueva generación de escritores más dinámica, más interesada en abordar la experiencia del lenguaje que en cantar las experiencias de la vida. Una generación más crítica poéticamente, menos autocomplaciente, con mayor resolución en cuanto a la trascendencia de lo escrito, y con la absoluta claridad de que la literatura es un no sé, qué sirve para no sé qué rayos".

Casi al acabar este texto descubro que, a sus 19 años, Zel Cabrera, de Iguala, escribe: "Que estoy sola y tu lejos/ que atrapo las mariposas de tus besos/ cuando transito con la tristeza de mis pasos muertos/ en el terreno de la nostalgia y el miedo". Carlos Pellicer aseguraba que de los 12 hasta los 25 años cualquiera puede escribir poemas, pero que de esa edad en adelante, la poesía sólo la escriben los poetas. Tal vez lo de Cabrera no sea brillante, pero quizá se trate de los nuevos cangrejos que llegan con una nueva ola.

Hace tanto tiempo que salimos de casa


En un periplo de once relatos, este autor mexicano ofrece una visión muy latinoamericanista, indígena en ocasiones, a veces urbana, pero no costumbrista, de un mundo mágico.

Uno diría que es difícil a veces distinguir entre la fantasía y la realidad, a pesar de que los once trabajos tienen una historia muy concreta qué contar. Destaca, por ejemplo, el caso de Soldado, donde el protagonista, un militar de bajo rango, se enfrenta a su propio miedo, al horror de lo innombrable, a la angustia de la muerte, después de haber participado en la devastación de pueblos guerrilleros, en una montaña en el sur mexicano. A ratos, el autor juega con una visión del cuento no-policiaco. Es decir: el relato donde se reúnen las características del cuento negro, pero el resultado no es el clásico de este género, como en La tela de la araña, donde un policía investiga la muerte de su propio padre y tiene que suspender su investigación cuando un suceso inesperado aparece; y en Cadáver, donde el anfitrión de una fiesta muere intempestivamente pero al día siguiente nadie sabe dónde quedó su cadáver, entre versiones de que fue devorado por sus invitados o que desapareció tras una misa satánica. Soledad, es una especie de leyenda inversa, la leyenda vista desde el protagonista, que no puede entender su destino. Un hombre que, dedicado en su juventud a comer hongos alucinógenos en el fondo de un cañón, sale en busca de una mujer que en su tierra la gente tiene por intérprete de dioses antiguos, y extravía el camino, sin poder regresar jamás, y vive perdido entre los montes, como un fantasma al que la gente le deja veladoras en las raíces de las gigantescas parotas.

En Hace tanto tiempo que salimos de casa, el cuento que le da título al volumen, Roberto Ramírez Bravo parece rendir un homenaje al escritor argentino Julio Cortázar, con esta historia, contada por un niño-hombre, que sale tras los pasos de un hombre, padre o hermano mayor y recorre con él el mundo, hasta que descubre la verdad de su vida. O Paraíso, cuenta una tragedia mexicana, con las canciones del grupo portugués Madredeus como telón de fondo. Una ruptura amorosa, un dolor, un vacío sin nombre y, finalmente, el horror que se deshoja, como una margarita. Y también el mundo infantil es retomado en El vuelo de la mosca, donde desde su personal perspectiva, un niño de unos seis años cuenta sus aventuras, sus pleitos con su hermanita mayor. Otros cuentos son Robo de sueños II, Sólo cantaba el mar, y Él.

Sueño de azahar es un caso aparte. En él todo es un juego de espejos entre la realidad y lo no real, donde cada fragmento se refleja y la imagen que el cristal devuelve es distinta. Un adolescente cumple 14 años de vivir encerrado en una casona, vigilado por sus dos tíos, quienes le dicen que afuera de la casa el mundo está contaminado por la mala muerte que trajeron los franceses, en su invasión a México en 1853, y quien sale de la casa muere. Pero todo es falso: el niño vive en los 80 del siglo XX, otros niños juegan en la plaza, una niña francesa, más soñada que real, le enseña el camino y el mundo, los aviones, las pelotas, pero… nada es verdad… En éste su tercer libro, el autor muestra el mundo que le tocó vivir, desde un ángulo muy particular y en cierta forma novedoso en la cuentística mexicana contemporánea.

Bibliografía
Hace tanto tiempo que salimos de casa, Roberto Ramírez Bravo, Editorial Praxis, 2005.

La soledad, la justicia y la pasión según Roberto Ramírez Bravo

Por José Dimayuga*

El libro que hoy presento se llama Hace tanto tiempo que salimos de casa; el autor es Roberto Ramírez Bravo. El libro tiene 11 relatos que van del relato «negro» al relato fantástico, a la manera de Borges u Octavio Paz. Para participar en esta presentación, escogí tres. Ellos son: «La tela de la araña»,«O paraíso» y «Soledad».
El hilo y la cloaca
Hace ya más de un lustro que presenté el primer libro de Roberto Ramírez Bravo, Sólo es real la niebla.De aquel libro me acuerdo del cuento «¿Quién mató al Pachacuás?», con el que obtuvo mención especial en el Concurso de Cuento José Agustín, y recuerdo otro más cuyo título se me escapó de la memoria, pero del cual conservo una imagen, y es la siguiente: el protagonista entra al baño y encuentra, atrapado en la tubería, un calzón; es el calzón de la mujer que él ama, una mujer casada, creo. Él toma el calzón y sus dedos perciben la humedad del sexo de la muchacha.En el primer cuento el tema principal era la muerte violenta que acecha por las calles de nuestro puerto. En el libro Hace tanto tiempo que salimos de casa, de Roberto Ramírez Bravo, también se alude al tema de la violencia; sobre todo en el primer cuento, «La tela de la araña». Podría jurar que el autor puso en primer lugar este relato porque funciona como vínculo entre aquél y el presente libro. Como en «¿Quién mató al Pachacuás»,en «La tela de la araña»hay un crimen que el protagonista tiene que resolver. Nos encontramos ante un relato de los llamados «negros». Pareciera que lo más importante del relato es saber quién lo cometió, un who done it, como dicen los gringos, así como de los dos subsiguientes.Buda Soriano regresa a su pueblo para encontrar al responsable de la muerte de su padre, un hombre tranquilo que se dedicaba a impartir clases de música. En esa investigación hay un flashback, donde el escritor nos proporciona datos de quién fue el padre de Buda Soriano, así de cómo es el pueblo. «La tela de la araña»es un buen cuento. Y diré por qué: hay malicia en la escritura. Ramírez Bravo despliega (como una araña que despliega su tela) su malicia en el momento de revelarnos el autor y los motivos del crimen; bueno, decir revelación no es el término preciso, porque nos da dos posibles razones, que finalmente dejan de ser importantes. Lo verdaderamente capital es lo que Ramírez nos deja entrever, apenas como el hilo finísimo de una tela de araña, visto de repente gracias al reflejo de la luz. Buda Soriano interrumpirá las pesquisas del asesinato de su padre, un hombre bueno a quien «todos querían», pues una oferta, apestosa a soborno, que le hace el procurador lo detiene. El autor invita al lector a afinar el olfato; el ojo, para descubrir la cloaca disfrazada de ley.
Mucho corazón
En Un juego para los vivos, Patricia Highsmith dice que todas las canciones mexicanas llevan la palabra corazón. Tiene razón la Highsmith: los boleros se encargan de aludir un corazón henchido de amor; las rancheras de un corazón herido, sangrante de rencor y ausencia. La plástica mexicana, señora Highsmith, también está llena de corazones sangrantes, corazones de piedra prehispánica, corazones de los Sagrados Corazón de María, de Jesús novohispanos, corazones de Frida, de Nahum B. Zenil, de Francisco Toledo, Javier de la Garza. El corazón sangra de júbilo y pena, de placer y dolor. El corazón sangrante acaso sea la imagen que mejor retrata al amor, porque el amor conduce tanto a la vida como a la muerte. O como dijera el vate florentino,«Amor conduce noi ad una morte».Digo esto porque en el cuento de Roberto Ramírez Bravo, «O paraíso», uno se encuentra ante la radiografía del protagonista de la canción mexicana: el corazón. Nos pone frente a un corazón sangrante hecho pedacitos para que vengan los zopilotes y lo devoren y quede «en el pecho un vacío, doloroso y frío», como dice Ramírez Bravo. El ritmo de la prosa se antoja un blues, un fado, un adagio, todas las canciones hechas para darle sonido a la tristeza, a la resaca que nos deja una ruptura. En este cuento es donde yo siento mayor empatía con el autor. No por esto los otros cuentos desmerecen. La habitación del protagonista de la narración es la de cualquiera que vive en una ciudad, llena de discos, revistas y libros. Libros, revistas y discos que amortiguan el aguijón del abandono, porque «O paraíso»no es otra cosa que la crónica de un truene amoroso.El protagonista espera que su ex, la mala de su película, la descorazonada, llegue a su depa; ella tiene que entregarle su cámara fotográfica y él casi jura que lo dejarán plantado, que ella no llegará, y llega muy tarde; aparecen frases que son flashbacks cuando estaban juntos y felices y a él le duele y reteduele, porque de fondo aparece, de tanto en tanto, Madredeus, y él se siente madreado y medio en la espera que desespera casi hasta la locura, porque los recuerdos con ella, la malvada, en la sierra de Tlacoachistlahuaca, la noche en San Luis Acatlán, en Ayutla, roen inclementes el sosiego y, entonces, se pregunta con parlamentos de telenovela: «¿Cómo pudo Paula olvidarlo todo? ¿Las veces que lloró frente a él, pidiéndole que no la dejara, no significaba nada?», y él no se inmuta por la pregunta architrilladísima que se acaba de hacer; acaso en situaciones como éstas uno sí comprende a los protagonistas de novelas rosa, a los boleros, a las canciones de ausencia, qué ciertas, cuán sabias, caray. Y poco antes de que aparezca ella, Madredeus suelta sus versos como saetas y aquí entonces uno repara en la insistencia del fado, que es hado, destino, que de fado viene fatalidad, y esto comienza a saberme a coro, y él dice: «Quiero arrancarme los cabellos, cortarme en pedacitos para ver si así puedes perdonarme, para ver si así puedes volver a sentir algo por mí. Si no fuera porque sé que es inútil, pensaría en el suicidio como solución. (…) ¿Qué hago? ¿Cómo te saco de mí?». Y no sé por qué me vuelvo a acordar de las tragedias griegas, de las plañideras mesándose los cabellos por los efebos hermosos, destrozados en el campo de batalla. Y uno siente empatía por el protagonista de la narración, que se pregunta: «¿Ése soy yo, el que era apenas hace unos meses?». Se le dificulta reconocerse, él se mira extraño; nos desconocemos, sí, la voz de uno en esos estados asume registros que sólo escuchábamos en los niños castigados o en los animales segundos antes del sacrificio, y el coro lusitano que en este caso funciona como el coro griego aparece con mayor frecuencia y uno como lector se imagina ya lo que los coros presagian en las literaturas clásicas y digo clásicas y me acuerdo del final de «Amor conduce noi ad una morte», de Xavier Villaurrutia, que a estas alturas ya es un clásico de nuestras letras, que dice y termina así:
Pero amar es también cerrar los ojos, Dejar que el sueño invada nuestro cuerpo Como un río de olvido y de tinieblas, Y navegar sin rumbo a la deriva: Porque amar es, al fin, una indolencia.
El escritor y su laberinto
En el relato «Soledad», Ramírez Bravo nuevamente usa la provincia como escenografía de sus relatos. Nos cuenta la historia de Soledad, una mujer marginada por los habitantes de su pueblo, por extraña. Más adelante, la mujer conoce al narrador de la historia, y le dice: «Verás y saldrás a buscar caminos. Entonces volveremos a nacer». Soledad desaparece y él emprende su búsqueda, comienza a vagar, un viaje iniciático cuyo destino será el gemir y rechinar de dientes; el oprobio y la humillación. El deseo del protagonista es encontrar a Soledad y jamás la encuentra. En la empresa, el héroe está solo como Soledad e igual de loco, marginado como ella, perdido «en un mundo extraño, más lejano que la imaginación y aun más allá del sueño». «Los ancianos nunca aprendieron a descifrar su mensaje que hablaban de dioses pretéritos, de razas y sacrificios, de epopeyas sangrientas, de eras de oscuridad y renacimiento». Soledad y héroe, pues, están solos por la ausencia de interlocutores. «Soledad» no es un relato realista ni un cuento, según las leyes estrictas del cuento. Se me antoja una fábula sin moraleja final. El autor invita al lector a jugar con la interpretación y yo, gustoso, le entro al juego: Soledad es el nombre de la muchacha, también es la condición indispensable del narrador, que a la vez es el alter ego de Ramírez Bravo, un escritor solo que escribe «Soledad». ¿Para la soledad? Sí, Ramírez Bravo cuenta la historia de Soledad, un personaje cuya presencia funciona como la dama de los caballeros andantes; entiéndanse como caballeros andantes los escritores o creadores. Ellos, como el personaje de «Soledad», llevarán como estigma «El nombre (de Soledad) grabado para siempre enmedio de la frente y todo los seres vivos que los vean huirán asustados de su signo fatal». Hay mucho de Quijote en «Soledad», pero al revés. El Quijote de Ramírez Bravo, caballero andante, desfacedor de sueños y demonios, es triste y pesimista; atraviesa ríos, sube y baja cerros de la geografía guerrerense, sin sueños ni esperanzas. La fábula, como decía, no termina con una moraleja, pero sí invita a la reflexión. Finaliza el narrador, es decir, el alter ego de Ramírez Bravo: «A veces siento tristeza. Esta vida me parece larga y sombría, demasiado silenciosa, solitaria. A veces, cuando sorprendo a algún caminante y lo veo correr sin ruidos como un punto que cae y se levanta entre los inmensos árboles, siento ganas de llorar. Quisiera que oyeran mi voz, que me recordaran tendido boca arriba en el fondo del cañón comiéndome unos hongos, que me respondieran algo. Pero es inútil. En las noches me he sentado junto a un pino enorme o una acacia florida o una gigantesca parota, para esperar, si es que existe, el momento de renacer». El narrador se sienta junto a los árboles como columnas, como escaleras de Job, por las que no bajan ni suben ángeles, espera pasivamente a renacer, si es que existe el renacimiento. El narrador ha renunciado a actuar; prefiere la pasividad, la muerte, al hacer. El movimiento sólo le acarrea penas. Esta visión pesimista y pasiva del narrador-artista me parece que no corresponde a la realidad que Ramírez Bravo hoy día experimenta. Quiero pensar que la presentación de este libro echa abajo el estigma que el personaje de Ramírez Bravo lleva en la frente, que echa abajo la idea de movernos en un mundo sin interlocutores. Y si acaso lo duda, les pido a ustedes que le brindemos un fuerte aplauso por su Hace tanto tiempo que salimos de casa que, desde hoy, se suma a nuestra cada vez más nutrida biblioteca de autores guerrerenses.

* José Dimayuga es dramaturgo, novelista, fue director de Cultura de Acapulco.